Prólogo
Después de mi jubilación como consejera escolar, Dios me ha concedido el tiempo para poder recopilar mis cuentos a través de los años.
Estos cuentos tienen como intención ofrecer a los lectores un mensaje de respeto a la vida. Tratan sobre los recuerdos, el futuro, promesas, el silencio y el deseo de mejorar en la sencillez.
Mis cuentos los pueden leer: los niños buscando los brazos de sus padres; los adolescentes que empiezan a valorizar el futuro que les espera; los jóvenes adultos quienes poseen la fuerza para apoyar a los necesitados; los mayores de edad quienes conocen los jirones de la existencia.
Las últimas páginas del libro contienen preguntas para cada cuento. Apropiado será usarlas en tertulias para discusiones e interpretaciones. Si lees los catorce cuentos a solas, lee uno por día. Medítalos, contesta las preguntas, "piénsalos".
Estos cuentos, por su lenguaje sencillo, pueden facilitar el aprendizaje del idioma español a niveles intermedios tanto en las escuelas secundarias como en los campos universitarios.
En conclusión, cualquiera que sea la razón por la cual esten tus ojos y tus dedos pasando las páginas de este libro, deseo que te lleven a un vuelo de apreciación a la vida que palpita en tí.
Mi juego de té
Yo no lo podía creer. Después de treinta años de casada iba a usar mi juego de té por primera vez. Ahora que mi salud había mejorado, tenía tiempo de invitar a mis cuatro vecinas para un pequeño desayuno. Cada dos o tres meses nos reuníamos para hablar del pasado, de los hijos crecidos y de los proyectos futuros para completar (contando con la voluntad de Dios).
La mesa del comedor la decoré sencillamente: El pan caliente acabado de salir del horno y la suave mantequilla esperando pacientemente en una bandeja; el "cake" alemán cubierto de coco y nueces sacado de la nevera, estaba orgulloso en un plato de cristal; platos, servilletas y vasos con agua fresca les daban la bienvenida a cada vecina; los huevos revueltos bien calientes con cebolla, ajos y tomates aseguraban el sabor de un buen desayuno; y las frutas con sus colores estaban en una fuente grande listas para saludables mordidas. Los cubiertos de plata resplandecían con la luz del día. En el medio de la mesa, estaba un delicado florero con pequeñas rosas de mi jardín.
Finalmente, a un lado de la mesa, se encontraba mi juego de té. Un juego de té tan exquisito que inmediatamente mis vecinas quisieron tomar té (aunque usualmente toman café). Mi cafetera con el café colombiano se quedó olvidada esa mañana. Parecía que estábamos jugando a las "casitas de muñecas". Las tacitas son diminutas y en el fondo de ellas, el artista incluyó un rostro de una damita japonesa como si fuera su firma. Al poner la tacita en la luz, puedes admirar el detalle exquisito del arte logrado en los pequeños rostros.
Mis cuatro vecinas querían saber cuál era el origen de mi juego de té. Les expliqué que había sido un regalo de bodas de una buena amiga de la familia. No querían creer que era la primera vez que lo estaba usando. El té que preparé era bueno y se mantuvo caliente durante la ocasión, pero más era la atención a las delicadas tacitas, la cremera, azucarera y tesera...
- ¿Cómo se llamaba esta amiga de la familia?- preguntó Josefina, una de mis vecinas. - Rosita - respondí.
- Pues hagamos un brindis por Rosita que nos ha dado tanta suavidad en esta mañana - añadieron casi al unísono Daniela y Lola.
Todas pues, alzamos las tacitas y le dimos las gracias a Rosita. Berta, la más callada de mis vecinas me abrazó agradecida por la reunión. Una paz llegó a mi alma.
Terminó el desayuno y mis queridas vecinas se volvieron a sus respectivos hogares. Yo vacié la mesa y con gran cuidado me llevé el juego de té a la cocina para limpiarlo a mano.
De nuevo en el aparador del comedor, mi juego de té me mira a través de la vitrina. No me atreví a decirle a mis buenas vecinas la historia completa de mi regalo de bodas:
Rosita en sus sesenta y tantos años había ido al Japón y compró con gran orgullo este regalo de bodas para mí. La familia contaba entonces que ella al salir del barco, solo cargaba su cartera y mi regalo. Resbaló Rosita casi al salir del barco y antes de hacerlo, automáticamente le pasó la caja con el regalo de bodas a su esposo. De esa caída nuestra querida amiga no se recuperó. Primero la fractura de la cadera y luego infecciones siguientes, apresuraron su muerte. Rosita no pudo asistir a mi boda.
Quizá con el brindis a Rosita esta mañana, tengo el permiso de usar ahora mi juego de té. Hoy para mí fue necesario admirar la belleza del regalo sin la culpabilidad de la muerte.
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